LAS FUENTES OLVIDADAS DE LA SIERRA DE ELCHE
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El sector norte del término municipal ilicitano conserva algunos pequeños manantiales que, aun olvidados y maltrechos, merecen ser conocidos.
Por sorprendente que parezca, Elche tiene sierras. No son grandes elevaciones —el punto mas alto se sitúa en el Tabaià, a 403 metros de altitud—, pero este conjunto de sierras, situadas al norte del término ilicitano, alberga interesantes rincones como barrancos, ramblas, pequeños pinares, cuevas y abrigos, además de numerosas canteras utilizadas desde época ibérica —de una de estas se extrajo la roca para esculpir la Dama de Elche—. De oeste a este, las pedanías ilicitanas más escarpadas son Penya de les Àguiles, Carrús, Ferriol, Altabix, les Vall-llongues (o Vallongas), Jubalcoi, Santa Ana y Salades. El interior de estas agrestes partidas rurales es desconocido para muchos ilicitanos quienes, si supieran los parajes que estas esconden, no dudarían en visitarlas. El Pantano de Elche y El Cau son, sin duda, los lugares más conocidos y frecuentados, pero existen lugares igual de interesantes como los barrancos de Barbasena, de Sant Antoni o de l’Escorfer. En este último se encuentra la fuente del mismo nombre.
Las fuentes más caudalosas que abastecieron a los habitantes de Elche se encontraban en las poblaciones vecinas de Aspe y Alicante. En el primer caso, el obispo Tormo promovió, a finales del siglo XVIII, la monumental canalización de aguas de la fuente de Barrenas, a la que más tarde se añadiría la fuente de Romero. En el caso de Alicante, las aguas procedían de l’Alcoraia y llegaron a la ciudad en el primer lustro del siglo XX. Pero el aumento de habitantes, quienes también se abastecían de agua pluvial almacenada en aljibes, hizo necesaria la búsqueda de nuevas fuentes de agua potable.
Mina de la fuente de l’Escorfer.
En El Planet (les Vall-llongues) se encontraba un significativo surgimiento de aguas al que se atribuía gran calidad, las cuales llegaron a la ciudad de Elche en la década de 1880. A muy poca distancia de El Planet, hacia el sur y en el barranco de l’Escorfer, se encuentra la mina de la fuente homónima, la cual llenaba una alberca cuadrangular, hoy en ruinas y situada junto a la autovía A-7. Esta fuente fue propiedad de la compañía de Ferrocarriles Andaluces, a finales del siglo XIX, y utilizaban el agua para sus máquinas de vapor. La mina de la fuente de l’Animeta (imagen principal de este artículo) parece haber tenido mejor suerte y, aún hoy, sigue llenando una balsa circular. Se encuentra al oeste de la urbanización Bonavista (Altabix) y, aunque sus aguas se ven claras, pueden haberse contaminado con los lixiviados del vertedero situado al norte del conjunto. La finca de l’Animeta perteneció, en las primeras décadas del siglo XX, al médico ilicitano José María López Campello, quien mandó excavar la mina y quien contrajo matrimonio con Manuela Campello —hija de Manuel Campello Antón; propietario, por entonces, de los terrenos de l’Alcúdia—. La mina de la fuente de Galán (Salades) también vertía sus aguas en una gran alberca cuadrangular, que actualmente se encuentra abandonada y en ruinas. Cerca del pantano se observan las fuentes de Ripoll y del Racó de la Morera. La primera consiste en un pequeño pozo que aún llena un pequeño depósito cercano. La segunda tiene caudal suficiente como para abastecer a unas pocas casas agrupadas en torno a esta. Otras fuentes fueron las de la Pedrera, de la Perdiguera y de la Cañada de Monforte.
Entorno del barranco de l’Escorfer.
Algunos de estos vestigios hidráulicos bien merecen una visita, no solo por las fuentes en sí, sino también por el entorno circundante a estas. Tanto la mina de Galán —habitualmente sin agua— como la de l’Escorfer se encuentran en barrancos donde se observan seculares marcas de carros que, desde las canteras del entorno, transportaban los sillares hacia Ilici. La mina de l’Animeta es otra de las fuentes que merecen una visita, pues desde esta se puede hacer una sencilla ruta circular por la cañada del Cantal, donde resiste un retorcido lentisco centenario. También desde el Racó de la Morera se puede ascender a El Cau, un interesante museo al aire libre que el ilicitano Mariano Ros labró en una antigua cantera.
En conclusión: a nivel general, nos interesamos por conocer y visitar lugares atestados, a los que todos van, cuando siempre hay lugares nuevos por conocer, y muchas veces al lado de casa.
Fuente: Sendas y Leyendas