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EL BEBÉ QUE LLEVA LA ESPERANZA A VALL D'EBO

El recién nacido, Milan, junto a sus padres, Rafael Menard y Amelie Edouard.

Milan es una bocanada de aire fresco para los vecinos de este municipio del interior de la Comunitat en el que sólo viven una decena de niños ya que es el primer pequeño que nace en los últimos 12 años

Enclavado en un valle, junto al Barranc de l'Infern (la catedral del senderismo) se encuentra la Vall d'Ebo, un pequeño pueblo del interior de la Marina Alta de poco más de 300 habitantes en el que la vida es tranquila y pausada, alejada del estresante ajetreo de la ciudad y la costa. Un lugar idílico.

Pero como ocurre con la mayoría de los pueblos pequeños, la Vall d'Ebo está «muriendo» poco a poco. La falta de oportunidades laborales obliga a muchos vecinos a buscarse la vida en otros puntos de la comarca. Una situación que ha acelerado el descenso de población en las últimas décadas, «la gente joven se va y nos quedamos los mayores», apunta una vecina que barre la acera frente a su casa, en una calle donde hay hasta tres carteles de 'se vende'.

La situación de Ebo parece estar abocada a un futuro 'sobre cogedor', aunque hace apenas unos días, el optimismo ha vuelto a instalarse en este pequeño pueblo. Una esperanza que tiene nombre, Milan Menard, el primer bebé que nace, lo hizo el 23 de marzo, en la localidad desde hace 12 años.

Sus padres, Amelie Edouard y Rafael Menard se instalaron en la Vall hace apenas dos años. Hasta entonces vivían en la región francesa de Cognac. Allí Rafael tenía el sueño de abrir un local de restauración dedicado a la tapas, aunque no era tarea fácil, «es complicado abrir un restaurante allí». Pero al poco tiempo a Menard le cambió la suerte, y esta le estaba esperando a miles de kilómetros.

Un familiar asentado en la Marina Alta y con un negocio en el término d'Ebo le informó de que los dueños de uno de los bares de la pequeña población iban a jubilarse y querían traspasar el negocio. La joven pareja francesa no le costó mucho pensárselo, a Menard se la ponía a tiro una oportunidad única, «pensé que podía venir, aprender y empaparme de la cultura gastronómica de la zona». Al poco tiempo ya estaban sirviendo almuerzos de embutido tradicional de la Vall d'Ebo a sus nuevos clientes.

Imagen del local de restauración que ha adquirido la pareja francesa.

La adaptación fue fácil, Rafael había estado muchas veces de vacaciones con sus familiares que viven en comarca de La Safor, «conocía el pueblo y el bar porque había venido a almorzar alguna vez».

También lo pusieron fácil los antiguos dueños del restaurante, Pepita y Santiago, quiénes no dudaron en echar una mano en los primeros compases en el cambio de dueños. Lo siguen haciendo tras dos años, «somos una familia y ahora hacemos de abuelos», asegura Santiago. De hecho, confirma Menard que cuando su pareja tenga el alta médica y vuelva a trabajar, serán los abuelos adoptivos quienes ayudarán con el cuidado de pequeño Milan.

De hecho toda la Vall d'Ebo es una pequeña gran familia, así lo constata Menard, quién asegura que muchos vecinos les han ayudado tras el nacimiento del bebé, «los hay que nos han dado ropa de los nietos, otros nos han prestado utensilios o juguetes. Se portan todos muy bien». La llegada de Milan es una bocanada de aire fresco para la Vall d'Ebo, aunque la realidad sigue siendo complicada. Y es que en la actualidad apenas hay una decena de niños. De hecho, la pequeña que ostentaba el honor de ser la última nacida en la localidad se mudo a Pego con su familia. «Aunque me duela decirlo, es algo más fácil la vida allí ahora», apunta una vecina, la dueña de la única panadería del pueblo.

La falta de una escuela es una de las principales razones por la que las familias jóvenes deciden cambiar de aires. El centro dejó de tener alumnos hace cuatro años, «los padres optaron por llevarlos a Pego. Es normal, porque allí pueden interactuar con más niños de su edad, aunque es una pena, porque los niños dan mucha vida al pueblo. A ver si el nacimiento de Milan anima a más gente, ya sean vecinos o gente que quiera venirse a vivir aquí», comenta Santiago.

Turismo

La tranquilidad y soledad de las calles de Vall d'Ebo entre semana contrasta con el bullicio del fin de semana. La zona tiene mucho tirón entre senderistas, ciclistas, motoristas y amantes de la naturaleza. Hay que hacer reserva en cualquiera de los cinco bares del municipio si uno quiere almorzar o comer un sábado o domingo. La Cova del Rull, también es un filón, atrae a más de 18.000 visitantes al año.

Un vecino pasea por una de las calles de Vall d'Ebo.

«El aspecto turístico lo tenemos solventado, lo que hace falta es que la gente venga a vivir», apunta la alcaldesa del municipio, Nory Jiménez. La clave, apunta, es conseguir mejores infraestructuras, como mejores conexiones a internet; y más servicios, pero para ello, señala Jiménez, «hace falta inversión y de eso las instituciones se prodigan poco con los pueblos pequeños».

Fuente: Las Provincias

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