CUEVA DE LA MADAMA (ROSILLO-ESCOLANO) - FONTCALENT
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La Madama fue un bello farallón rocoso en el sector suroeste de la Sierra Fontcalent (Alicante). Muy visible desde El Rebolledo, se levantaba desde las faldas buscando la cresta hasta casi alcanzarla. Desgraciadamente, hablo en pasado porque La Madama ya apenas existe. En su lugar, un inmenso vacío deja ver la roca desnuda, blanquecina, en contraste con el gris natural.
Y es que La Madama fue víctima de una cantera que la desfiguró por completo y prácticamente la hizo desaparecer. En los años 60 se comenzaron a extraer los áridos que servirían como base para las pistas de aterrizaje del Aeropuerto de El Altet, que se inauguraría en 1967. Las dolomías de Fontcalent resultaban rocas resistentes para la base de las pistas y su proximidad a El Altet abarataba los costes de traslado. Una vez finalizadas las obras, la cantera fue abandonada sin ningún tipo de plan de restauración ecológica y desde entonces sus cicatrices languidecen como testigos de un pasado atroz.
Subiendo a la cima por el escarpe de la cresta, una vez superados los restos de La Madama, en la antesala de la cumbre aparece una pared vertical que se desploma unos 25 metros hasta una empinada repisa. En dicha pared, descolgado unos ocho metros, hay un agujero muy visible desde la base. Desde la coronación, hay un ligero extraplomado que lo hacen inaccesible, y desde la base deben subirse unos quince metros con técnicas de escalada. Por lo tanto el agujero está fuera del alcance del excursionista medio.
Aunque obviamente el agujero siempre estuvo ahí, fue Jaime Carbonell quien me lo descubrió hace varios años. Él tenía la sospecha que podía profundizar en las entrañas de la montaña y dar lugar a una cavidad de cierta entidad. Lo cierto es que desde los puntos de la falda en los que era visible, se veía un fondo oscuro que impedía vislumbrar la hondura del abrigo.
Esa incertidumbre era suficiente para mi... miraba la oquedad desde la distancia y me decía que algún día conseguiría acceder a ella. Pero ese día no llegaba, no sé escalar y veía el lugar como el zorro al cuervo, totalmente inalcanzable.
Hasta que el 1 de octubre llegó la 12ª Volta a Peu a la Sierra Fontcalent. Ahí conocí a Jaime Escolano, profesor de ciclos formativos, escalador experimentado y propietario de una empresa de multiaventura (TerrenodeAventura.com). Enseguida le hablé de mi viejo proyecto que adoptó con entusiasmo y buscamos un hueco para acometer la exploración.
Así las cosas, el 12 de diciembre de 2023 al terminar nuestros trabajos, nos citamos en la falda el extremo suroeste de la Fontcalent. Tras un reparto de material comenzamos el ascenso. Subir por este sector no es nada fácil y hay que conocer bien el terreno, ya que la verticalidad hace que pierdas perspectiva y puedes acabar en callejones sin salida, como paredes verticales o los propios frentes de cantera.
Tras unas cuantas zetas y alguna pequeña trepa, nos encaramamos a la cuerda de la cresta que ya no dejamos hasta iniciar el rapel. Dejamos atrás la maltrecha Madama, que desde arriba luce peor si cabe, se aprecia como nace perpendicular a la pared rocosa para desaparecer pronto bajo picos y barrenos.
Una vez ascendidas unas tres cuartas partes de la montaña, llegamos al punto de reunión. Para elegir bien el lugar de anclaje a la roca, contamos con la ayuda de Miguel Ibáñez (amigo y vecino de El Rebolledo), que desde las faldas nos sirve de campo base y nos sitúa exactamente sobre la cueva.
Jaime saca el material de escalada y, sobre un saliente rocoso que parece el más adecuado, monta una reunión en V. Después prepara la cuerda por la que bajaremos y me explica cómo realizar el descenso. Yo había hecho rápel antes, pero en descenso de barrancos, nunca en seco ni con tanto desnivel. Después de esas nociones (que a mi me dejan con más dudas que certezas...), Jaime me asegura con otra cuerda que ancla a unas rocas y que maneja él, y comienzo a bajar.
El peor momento es aquel en el que tu cuerpo pierde la vertical y, confiando en la cuerda, te dejas caer hacia el precipicio. Además en los primeros metros hay un voladizo que hace que no veas el resto de la pared. Avanzo despacio pero con seguridad y rápidamente voy cogiendo confianza en el rápel. Supero el extraplomo y pronto estoy junto a la cueva, ahora hay que lidiar con otra eventualidad, y es que el propio agujero puede hacer que pierdas apoyo y te balancees como un péndulo. Por suerte consigo evolucionar bien y enseguida estoy de pie sobre el lecho de la oquedad. Me desligo de la cuerda principal y de la de seguridad y aviso a Jaime para que incie él su descenso. Mientras, me giro hacia la pared del fondo fascinado por estar por fin dentro de esa cueva inalcanzable
La primera impresión es de decepción, tras comprobar que la cueva en realidad no profundiza mucho, apenas unos cuatro metros hasta la pared del fondo. Es por el contrario bastante alta y puedo pasear mi 1,94 sin riesgo de descalabro. Desde el interior, la entrada se ve ovalada, del lado este es de techos más altos, y van bajando hacia el oeste. El suelo está tapizado de un sedimento muy fino, como polvos de talco que se hunde varios milímetros a cada paso. En la parte oeste, junto al suelo hay una pequeña oquedad que da a otro habitáculo contiguo, pero el agujero es tan pequeño que solo puedo meter la cámara y la linterna. En el pasado, con menos sedimentos, el acceso a esta dependencia tuvo que ser posible, dentro se ven algunas pequeñas estalactitas.
Enseguida llega Jaime e iniciamos un reconocimiento conjunto, es él quien advierte que en la pared del fondo hay un pequeño desprendimiento por el que se filtra la luz. Y es que la cueva tiene una pequeña chimenea por donde han caido cascotes y puede verse el cielo unos metros arriba. Sin duda esta oquedad es la responsable del gran espesor de sedimentos.
Mi compañero de aventura me recuerda que según la ley de la montaña, los primeros exploradores de un cueva o gruta tienen el derecho de nombrarla. Él propone Cueva Rosillo-Escolano, por nuestros apellidos y el orden de llegada, y aunque me siento honrado, creo que Cueva de la Madama (en honor al desaparecido farallón) resulta más sugerente.
Continuamos la prospección y encontramos alguna formación curiosa, como una pequeña bandera y una gruesa estalactita. Vemos también algún conjunto de huesos, problablemente provenientes de alguna egagrópila del Gran Duque o de la actividad de las Perdiceras. Mientras tanto va cayendo la tarde, las sombras han ido alargando allá abajo y la oscuridad gana terreno. La luz de los frontales juguetea por las paredes iluminando la estancia, damos por terminada la exploración y nos volvemos a sujetar para el descenso. Antes de bajar reparamos en unas curiosas marcas que hay en la pared este, junto a la entrada, las fotografiamos por si tuvieran su interés y comenzamos el descenso.
Este segundo tramo se acomete con mucha más confianza, en parte por la experiencia del primero, pero también porque no hay extraplomos y se ve todo el recorrido hasta la repisa. Bajo los 15 metros, me libero de las cuerdas y sigo con atención el descenso de mi compañero, que realiza de forma rápida y elegante (entiendo por qué seduce tanto este deporte...). Una vez en la repisa la noche se nos ha echado encima, Miguel, nuestro apoyo en la base, hace rato que se fue a casa, debemos descender con luz artificial.
Tratamos de descolgar las cuerdas desde la repisa, pero el agarre de las dolomías impide que las cuerdas deslicen y decimos recuperarlas desde arriba. Para volver al punto inicial, debemos subir un buen tramo hacia la cumbre remontando la repisa, hasta llegar a un pequeño collado al que nos encaramamos para retornar a la cresta inicial.
Descendemos unas decenas de metros por la cresta hasta llegar al lugar de inicio. Jaime recoge y guarda las cuerdas y desmonta la reunión. Con los frontales, nuestro campo de visión se reduce a unos pocos metros y el no poder ver con la suficiente perspectiva me hace dudar en algún punto. Sin duda, el descenso nocturno es otra cosa. Por suerto conozco bien la ruta y la bajada resulta rápida y segura.
En pocos minutos estamos de vuelta en la base, guardando el equipo de escalada en los vehículos. Agradeciéndonos mutuamente, Jaime a mí por haber propuesto esta aventura y yo a él porque sin sus maestría y conocimientos no habría sido posible. Los dos nos quedamos con ganas de más y nos emplazamos para otra locura futura.
Fin
Gracias de nuevo a Jaime Escolano!!, por hacer posible esta ocurrencia y a Miguel Ibáñez, por ser nuestros ojos desde tierra. Fotos: Jaime Escolano, Miguel Ibáñez y Emilio Rosillo.
Dedicado a Jaime Carbonell, por transmitirme su amor por la Fontcalent y por inspirarme para seguir descubriendo sus secretos.
Fuente: haciendo el paso